jueves, 6 de octubre de 2011

caminante, son tus huellas el camino y nada más

El día que comprendí que se pueden cazar vidas con los ojos, con miradas lanzadas al aire, con un simple parpadear... aquel día supe lo que era el vértigo.

Basta un soplido para abrir o cerrar una puerta. Un hilo de aire, un mensaje, un guiño. Es un instante, el chasquido decisivo que hará que mañana despiertes en Marte o en Plutón. Una encrucijada sin señalizar que te obliga a decidir hacia dónde ir, a seguir caminando porque el tiempo no se detiene a la espera de nadie; ya lo decía Machado, que caminante no hay camino, se hace camino al andar... Y de tu paso depende que el día sea rojo, amarillo o gris. Lo jodido es que en ese preciso momento el destino es tan volátil que sus ecos resultan sordos ante el estallido del desatino.

¿Sabes de qué te hablo? De tener el azar en las manos y los pies al borde del precipicio. De saber que un suspiro tiene la inercia suficiente para empujarme a caer, que una sonrisa puede abrir de par en par las ventanas del sentir, posarse en tu boca y tentarte a venir. Ven conmigo. ¿No lo oyes? Te llama mi piel. No es mi voz, sino el susurro de algo que serpentea por dentro, los gritos de la sangre reclamándote a bocados.

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