miércoles, 23 de noviembre de 2011

con el desierto de la Nada cosido a los pies

Bordear la pregunta es ceder al peligro. ¿Quién está hablando? ¿Desde dónde? Se diría que desde una boca tan pegada a nuestra piel que el mismo aliento entrecortado ahoga las palabras que pronuncia. Pero también desde lejos, y esa mezcla de lejos y cerca mete droga en la sangre. Ecos que trastornan y excitan, que en vano se procuran ahuyentar, dime más, no oigo bien, ¿quién eres?, ven más cerca. Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite

La profesora de los ojos tan azules que parecen grises nos explicó que los esquimales son capaces de distinguir muchísimas tonalidades de blanco. Me vino a la cabeza Groenlandia, frío y silencio: de repente me vi vestida de esquimal en un desierto blanco-ausencia y sentí el blanco-soledad escarcharse sobre la piel. Si no deja de llover, pensé, pronto podremos hacer un inventario de lluvias.

Hay un momento en que la verdad se vuelve mentira, un instante que distingue el antes del después, lo real y lo soñado. Es un horizonte, una línea imaginaria que intenta establecer departamentos dentro del inmenso cajón de sastre del vivir. Como una especie de compás para trazar límites entre opuestos, entre las distintas existencias y las distintas percepciones de la realidad, de ésta realidad o de aquélla que empieza unos pocos centímetros más allá.

Recuerdo que una vez, de pequeña, me sentí frustrada por no saber distinguir un dolor de cabeza de un mareo. Estaba enferma y mi madre me preguntaba y yo no sabía contestar. No recordaba haberme mareado antes ni que nadie me hubiese explicado en qué consistía la sensación. Con el tiempo aprendí que eran las vueltas que da la cabeza cuando lees en el coche o subes a los barcos. No hace tanto, hasta descubrí que es parecido a eso que llaman vértigo.

Esa frustración, ese no saber etiquetar realidades con palabras, es similar a encontrarse perdido ante la infinita blancura (blanco-vacío) de la Antártida. Y esa llanura de hielo no es más que la finita línia descrita por el compás de los contornos, la delgadez del horizonte ampliada a desierto. Es como estar atrapado en el limbo de la ambigüedad, en aquel espacio de tiempo tan breve que apenas llega a existir, el respiro efímero que se toman las secunderas del reloj entre latido y latido.

Blanco-aséptico, todo es relativo. Al principio parpadeo y siento cierta tranquilidad, como si cesara por un momento el zumbido de las explicaciones, qué más dará si esto es tristeza o soledad, cuánto sosiego ante tanto blanco. Pero de pronto aparece el agujero, el bucle que absorbe la respiración y exige respuestas: ¡define los matices! ¡Define los matices de esta Nada colosal, de este caos desvanecido! Algo por dentro que murmura a todas horas, dime qué sientes, di, no te calles, dímelo. Y entonces las apacibles dunas del silencio se vuelven un pedregoso vericueto de absurdos, blanco-ansiedad, aquí no hay un sólo punto firme donde amarrar la punta del maldito compás. Ni lejos, ni cerca, ni ayer, ni jamás.

lunes, 7 de noviembre de 2011

ráfagas de viento polar

Que no duela tanto el frío en la piel, que deje de clavarse como espinas en los pulmones. Canciones sin letra para adormecer las tristezas que llegan camufladas dentro del viento polar. Tanta poesía acabará deshilachándome las venas, pero qué quieres, joder, si hasta las nubes parece que se han puesto de acuerdo para escribir versos en las azoteas más grises y ariscas de la ciudad. Epifanías de rima asonante que descienden hasta las aceras para engancharse a los zapatos del don nadie de turno que nunca mira por donde va. Menos mal que el hombre del tiempo anuncia tormentas, vendavales que se lleven todos estos cristales rotos y traigan ráfagas de invierno como excusa barata para temblar. Antes de sucumbir a la monomanía sistemática del absurdo, presto mi cuerpo desnudo a la eternidad de la Atlántida. No quiero que tus abrazos sean refugio de cualquier nada, ni que tus manos hagan de tiritas para heridas sin curar. Te respiraré sin más motivos que el deseo. Y me contagiaré de poesía sólo si es para escupir verdades como estrellas. Las mentiras que las arrase también el viento. Que sigan creciendo espirales sin final cada vez que atraviesas el abismo de incerteza y muerdes a besos la nostalgia de mi boca...

domingo, 6 de noviembre de 2011

estrellas fugaces arañando la noche

Los aviones hacen cola para aterrizar. Aparecen en el cielo a tiempo cronometrado, como escupidos de la nada. Estrellas fugaces arañando la noche. Podría pasarme horas mirándolos pasar, agarrándome con los ojos a sus estelas. El mar de fondo y las manos heladas. Si mañana vuelve a llover apretaré los dientes para ser lluvia (como si se pudiese detener el tiempo y habitar el aire de tu silencio). Desde tu ventana no se oyen los aviones ni las olas, pero el otoño se cuela entre las rendijas de la persiana y trepa por nuestra piel hasta llegarnos a las entrañas.