Los aviones hacen cola para aterrizar. Aparecen en el cielo a tiempo cronometrado, como escupidos de la nada. Estrellas fugaces arañando la noche. Podría pasarme horas mirándolos pasar, agarrándome con los ojos a sus estelas. El mar de fondo y las manos heladas. Si mañana vuelve a llover apretaré los dientes para ser lluvia (como si se pudiese detener el tiempo y habitar el aire de tu silencio). Desde tu ventana no se oyen los aviones ni las olas, pero el otoño se cuela entre las rendijas de la persiana y trepa por nuestra piel hasta llegarnos a las entrañas.
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