sábado, 28 de diciembre de 2013

té rojo

He corrido como una idiota para no perderme el atardecer. Estaba fregando los platos y de repente, al mirar por la ventana, he sentido la necesidad suprema de bajar a la playa a cargar las retinas de luz. Cuando he llegado el sol ya no estaba, pero el cielo tenía color de té rojo y el mar seguía tan despeinado como yo. Me he acordado de la conversación de la otra noche, cuando me decías –con la enésima copa de vino– que somos viscerales y que nos queremos a gritos. Y los gritos y el querer me han traído a la memoria todas las cosas rojas de estos últimos tiempos –las venas deshilachadas, los labios hipnóticos, la hoguera, el miedo, la rabia, el vino, los frenos, la risa–. Me huelen las manos a Mistol, me he dejado la chaqueta en casa y no sé plegar los paraguas. Som viscerals però ens estimem, me decías entre turrones, y también hablábamos de la inexistencia de las razas y de la obertura de las Valquirias y del instinto de supervivencia de la langosta que nos comeremos mañana con el arroz. Arreglábamos el mundo y aprendíamos a querernos con nuestras torpezas de Bridget Jones y nuestras espinas de erizo –con todo y a pesar de todo–. Me he quedado mucho rato pensando y se ha hecho oscuro sin darme cuenta, estaba tan concentrada en la luz que ni siquiera me he dado cuenta del frío. Oigo el castañetear de los dientes y me quedo mirando la lumbre del cigarro a punto de consumirse. Este 2013 ha sido un año muy rojo. 

1 comentario:

  1. Aunque solo sea por rememorar que hubo un día en que el Dr. estaba vivo y era un bloguero habitual, asiduo de tabernas, cafés y otros espacios como este, me permito, ahora, este comentario.

    Lo hago con miedo, como casi todo lo que hago últimamente. Miedo al que dirán, al que pueden pensar, miedo a que pueda resultar inapropiado. Debe ser que me estoy volviendo algo inseguro en la palabra. Y quizás, por eso, también lo hago con nostalgia...hay una historia de blogs y whiskies que...

    ¡Pero basta ya! ¿Dónde están mis modales? Aunque la razón cierta es que vengo solo en busca de la calefacción de su establecimiento, aun me quedan unas últimas momedas (bello poema de Mestre) que poder gastar aquí.

    Quiero algo de ese vino rojo, de ese cielo que conserva el color del recuerdo de la tarde que fue y ya, ya no es. Quiero Mistol con toda su fragancia, pues, combinado con unas gotas de legía me devuelve a mi infancia: es el olor de las manos de mi madre...

    Pero sobre todo, y por encima de todo, quiero invertir todo mi capital en el rojo, en comprarle algo de su rojo, y como en la ruleta, aun a riesgo de perder lo poco que me queda, jugármelo todo a ese color.

    Fue este año amarillo, besos amarillos de despedida, hojas amarillas que caen en la muerte de los rosales, amarillo como el otoño que debía haber sido y no, no fue...

    Por eso, si me perdona todo esto que he escrito, que es, usted lo sabe, nada más que un cuento en medio de una noche fría, yo le suplico, véndame un poco de su rojo...

    Rojos los besos, rojas las ideas...

    ¡Salud!

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