miércoles, 28 de agosto de 2013

tormentas y tambores

Rey de corona rota préstame un hilo de luz.

Sueño con música de tambores que se acercan desde lejos, ritmos ancestrales que vibran desde las entrañas de la tierra y hacen temblar las raíces de los pies. Siento su eco como un leve latir, puede que sean los truenos de la tormenta y no tambores del más allá. No importa. Llueve y cierro los ojos para que no pare, como ayer cerré las manos intentando apresar dentro del cuerpo esa extraña sensación de ingravidez. Tambores y tormentas que suben por las piernas y se enredan con las venas. Me quedaría quieta sintiendo crecer las telarañas entre los huesos, hilos invisibles que no son trampa sino refugio, salvavidas de papel para no ahogarse en este maldito bucle de agua estancada. Bajaré a la playa para hundir la piel en la arena mojada. Si es imposible que me crezcan alas en los tobillos, al menos que me acunen los eternos hechizos del mar. Y que el eco de la lluvia haga nidos en los pulmones, guaridas de tormentas y tambores donde esconderse de la vida cuando es imposible respirar.

jueves, 15 de agosto de 2013

arañas

Se hace raro ver la casa tan sola estos días. Entre tanto silencio el crujir de los muebles retumba más que nunca, pero no quiero tener miedo de los ruidos vanos. No quiero tener miedo, me lo susurro mientras miro crecer las telarañas en el jardín -hay una enorme, cada mañana se hace más ancha y ya une la hiedra con las ramas del limonero y los delgados tallos del jazmín-. Pienso que son como las grietas que se abren lentamente en las paredes del salón, venas invisibles que también resquebrajan las baldosas del suelo y los azulejos del baño, abrazándose a nuestro refugio como la huella inevitable del tiempo. Mamá pone alfombras y pinta enredaderas de campanillas lilas para tapar y disimular sus zanjas. Estos días me he dado cuenta de que a pesar de todo, de todo, ella no ha perdido nunca la ilusión. Yo tampoco quiero perderla. Ni tener miedo, ni acostumbrarme a esta rara mezcla de pena y tristeza -cada vez me cuesta más distinguirlas- que entorpece la respiración. Por eso me paro a mirar las arañas y cazo nubes blancas con los ojos; por suerte, desde la ventana del décimo piso del hospital se ve más cielo que asfalto. Desde aquí, me acuerdo de Machado y sus estelas en el mar, de la mujer precipicio, de que creixen, malgrat tot, les tulipes. Y mientras ensayo caras para encajar las malas noticias -para las buenas no hace falta ensayar-, pienso que un día, seguro que un día, irán tan bien las cosas y pesará tan poco la vida que casi ni nos lo creeremos.