lunes, 30 de junio de 2014

maldita criatura consentida


Cuando sucedió eso, Orlando exhaló un suspiro de alivio, encendió un cigarrillo, y durante un par de minutos fumó en silencio. Luego llamó indecisa, como si tal vez no estuviera ahí la persona que buscaba: "¿Orlando?". Porque si hay (dicho a voleo) setenta y seis tiempos diferentes latiendo a la vez en la mente, ¿cuántas personas diferentes no habrá, el Cielo nos asista, alojadas en uno u otro tiempo dentro del espíritu humano? Según algunos serían dos mil cincuenta y dos. Así que es lo más corriente del mundo que una persona, en el momento en que está sola, diga: ¿Orlando? (si ése es su nombre), queriendo decir: ¡Venga, venga! Estoy hasta las narices de esta personalidad. Quiero otra.

Orlando. Virginia Woolf



Llamas a Orlando pero no viene. Y durante más de dos minutos fumas en silencio en el balcón. Es de noche, hace viento y lo vuelves a pronunciar entre dientes -Orlando- mientras los setenta y seis tiempos diferentes que laten en la mente reproducen las escenas que sueñas estar viviendo en universos paralelos. En alguno, tu Orlando más desenvuelto está hablando con esa chica de los ojos verdes, contando cualquier anécdota graciosa para hacerla reír. En otro, seguro, el Orlando tímido la habrá llevado a cenar y ahora estará intentando traducir a sonrisas todo lo que no se atreve a decir. Con los ojos achispados, el Orlando indeciso, tras despedirse de ella, anda por la calle a trompicones, preguntándose si debería darse la vuelta y correr a besarle la nuca o volver a casa sin más. El inseguro ni siquiera ha dado el paso de llamarla; está tumbado en la cama mirando el techo, teorizando sobre los principios del placer y del deber, mientras el poeta busca palabras bonitas, el orgulloso espera de brazos cruzados y el más inconsciente de los Orlandos, en algún otro universo, no ha podido resistir la tentación de morderle la yugular. El viento, que no sabes decir si es gregal o levante, se lleva el humo del cigarro que el Orlando que eres en este instante sigue fumando. Pronuncias otra vez tu nombre bajito, exigiendo que acuda a ti otra de tus personalidades, pero son tan consentidas que nunca viene la que quieres cuando la reclamas -¡Orlando!-. Y no puedes evitar enfadarte un poquito con cada una de ellas, porque estás hasta las narices de tanta psicosis y lo que quieres, en el fondo, son menos sueños, menos yoes y más vida.  

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