viernes, 4 de septiembre de 2015

un pájaro azul y el horizonte lejos

Mañana será otro día, me digo. Un día más o un día menos, depende de cómo se mire, si es que sabes hacia dónde mirar. Por el momento, yo sólo sé desperdigar parpadeos al vacío o esparcir los ojos por las páginas de este libro que he venido a leer de pantalón largo a la orilla del mar. El mar, el horizonte, ese punto que siempre te acoge la mirada aunque estés perdida. Esta mañana he entregado el trabajo que ha absorbido los últimos meses de mi vida; lo he entregado y esperaba respirar tranquila y echarme una siesta eterna para contrarrestar las semanas de insomnio. Pero me he tumbado en el sofá y han vuelto a atormentarme todos los fantasmas que me quitan la respiración. Tendría que estar dando saltos de alegría, según marca el protocolo, sentirme descansada y orgullosa, como cuando te sacas de encima un peso colosal. Y en lugar de eso sólo tengo ganas de llorar y un sentimiento absoluto de pérdida. Por eso he decidido bajar al mar con un libro que se me llevase el pensamiento lejos de la conciencia. Leer con las olas de fondo en busca de una pequeña tregua mental. Mañana será otro día, un día más o un día menos, vete a saber. Me lo he repetido otra vez al terminar un capítulo. Tumbada boca arriba, al dejar caer el libro sobre el pecho para descansar los brazos, he visto encima de mí un trozo de arcoíris entre las nubes negras. Estaba ahí, justo en vertical sobre mi cabeza. Me he quedado mirándolo fijamente un rato, con el susurro del mar y un viento frío aguardando otoño. Lo miraba sin parpadear, sin poder evitar preguntarme qué diablos me está queriendo decir la vida con esto, si es un destello que me anima a seguir remando o la inocentada macabra de algún dios desconocido. Ha empezado a llover y me he sentido tan perro mojado que no he podido darme la más mínima prisa en recoger las cosas y meterme en el coche. Las gotas dejaban huecos en la arena, sentía el frío húmedo bajo los pies. No sé en qué punto de la pasarela de madera he decidido, como si no hubiese perdido la ilusión, ir a comprar papel de colores para envolver el regalo que probablemente no llegue a darte. Y como si no hubiese perdido tampoco la esperanza, al llegar a casa, he envuelto con cuidado esta absurda libreta lila llena de letras y hasta le he puesto una cinta alrededor. Me he visto en el espejo con la ropa empapada y el paquete en la mano. Ha quedado bonito y será una pena que no vengas a por él. Lo peor es que seguirá ahí, encima de la mesa, hasta que sea capaz de echarlo al cubo de la basura y abrirle de una vez por todas la puerta a la decepción. 

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