sábado, 21 de noviembre de 2015

soplar la herida



He llegado a casa y me he sentado en el taburete de la cocina a comer jamón serrano como si no hubiese mañana. Me han venido a la cabeza las frases de la doctora: que se está apagando, que solo se puede esperar, que no se sabe cuánta mecha le queda. Hablaba como si la abuela fuese una vela, tantas metáforas absurdas para no decir muerte. Una vela o un petardo, vete a saber. Tal vez cuando se le acabe la mecha despegue como un cohete de esos de palmera que tiran para la fiesta mayor y nos deje a todos con tres palmos de narices. Me he servido un Martini con una oliva y me he tirado en el sofá a ver un capítulo detrás de otro de la serie que me tiene enganchada. Estoy saturada de trascendetalismo. Son las seis de la tarde y han dicho que mañana llega el invierno. Pienso en estrategias para darle mi teléfono a la enfermera del hospital, tiene una sonrisa y un no sé qué que me pierden. Los días que no trabaja se hace mucho más difícil aguantar tantas horas allí dentro. Por suerte, casi siempre la encuentro y además hace unos turnos larguísimos. Me pregunto cómo se viste cuando se saca el uniforme blanco. Me lo pregunto cuando me acuesto y cuando me levanto. Mañana llega el invierno y no tengo chaqueta, la abuela se va a morir y yo meriendo jamón serrano con Martini mientras sueño con la enfermera. Debo ser una friki de la hostia, pero ya me importa todo tres pepinos. No sé de dónde sacar más saliva para lamerme las heridas. 

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