domingo, 10 de enero de 2016

algo que vuela

Tener un corazón que late y un cuerpo que siente. Y ser eso, no más que eso, sentido y latir en el tiempo. O algo así, yo qué sé. Haría un poema pero los versos no son lo mío, aunque se me escapen las nostalgias por los descosidos de la piel y hacia dentro echen raíces los inviernos. La ausencia, el vacío: un pozo inmenso dentro del pecho con las paredes resbaladizas llenas de moho. Y el corazón que late y las heridas que sangran y la vida que sigue mientras alguno de mis yoes remotos pide sin pedir abrazos que calmen el frío, la sangre, la ausencia, que domestiquen la manada de latidos que tropieza sin rumbo en la caverna oscura de mi interior. Retumba el eco de la respiración en este muro circular que tiene de ventana allá lo lejos el cielo. No estaría mal salir, pero cómo. Cuál es la cuerda que me tengo que imaginar para trepar hasta el final. Llegar a ese azul lejano y volver a ser cometa: corazón que late, cuerpo que siente, pero también algo que vuela. Supongo que en algún lugar de mí deben de estar escondidos el impulso y las alas, aunque sea casi imposible encontrarlos a tientas desde el fondo del agujero. Por algo se empieza, supongo: palpándome las entrañas me ha parecido encontrar la pequeña ilusión de soñar.  

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