jueves, 16 de febrero de 2017

Un paso, dos pasos: caminar.

«Qué extraña contradicción, se dice, la establecida entre la sensación que tiene de sí misma, si no se ve, y la visión que de ese ser extraño le proporciona el espejo. Qué diferencia entre sentirse y verse. Es como imaginar, y a la vez ver, dos puntos extremos de un camino cuyo recorrido no condujera a la unión de tales puntos sino a su divergencia, a su desconexión absoluta, irremediable y un tanto angustiosa dado que dicho camino se convierte en una desgarradura absurda, sin sentido, en un accidente de quién sabe qué terreno en cuanto pierde la función de establecer una relación lógica entre los puntos opuestos que lo constituyen: la percepción interior de sí misma y la exterior, cómo se siente y cómo se ve; una sensación y una imagen que no concuerdan y que, experimentada una y vista la otra por ella misma pero por separado, pueden depararle el remolino de ser dos pero, también, el de no ser ninguna.»

Ana María Moix, Las virtudes peligrosas


Zapatos nuevos para caminos nuevos. Te los calzas y enfilas calle arriba hacia lo alto de la ciudad. Un paso, otro paso. Eres incapaz de pensar esta frase sin detenerte a reflexionar en el sintagma “lo alto” y en su categorización gramatical, mientras se te escapa un pensamiento paralelo que te recuerda la inutilidad de invertir el tiempo en estupideces de estas ‒joder con los recovecos del lenguaje‒, y aun otro pensamiento más que trata de encontrar un rumbo en este enredo de incisos absurdos que no te llevan a ninguna parte. Zapatos nuevos para caminos nuevos. Jodidos recovecos también los de la vida. Que deje pasar las ideas como si fuesen nubes negras y me concentre en la calma del cielo azul, me dicen. Zapatos nuevos: un paso, dos pasos. Caminar. Esa de ahí que me sigue el ritmo en los escaparates de las tiendas se parece demasiado a mí. Debo de ser yo; al fin y al cabo, se corresponde con el cuerpo que me han enseñado a reconocer durante todos estos años como mío y lleva los mismos zapatos. Si me revuelvo con una mano el pelo me copia los movimientos. Me pregunto qué debe de pensar ella mientras nos miramos mutuamente caminar. En el espejo del baño del bar donde he parado a desayunar hemos tenido un encontronazo. Le he pellizcado un ojo y le he dicho que parara de mirarme con cara de póquer y me ha respondido con una sonrisa cínica que me ha dejado traspuesta. Hablo en segunda persona de mí hasta que soy capaz de identificarme con este yo que me mira tras las esquinas. Sé que me llamo Elena y que son mis pies los que llevan zapatos azules que caminan siguiendo semáforos verdes que, a pesar de la incertidumbre, deben de conducir hacia algún lugar. ¿Tú sabes quién soy? Sentir más y pensar menos. Zapatos nuevos. Un paso, otro paso: caminar. Sigo enfilando calles Barcelona arriba. Sea sustantivo o adjetivo, me dirijo hacia lo alto de la ciudad. En el fondo no importa, supongo. Ni a dónde voy, ni la metalingüística de las palabras. Para qué seguir, me pregunto a veces, pero algún misterio me invita a continuar caminando. A continuar respirando, a continuar viviendo ‒sentir y pensar‒. Trazar rutas para cartografiar derivas. Alguien inventó la palabra yo y decidió que todos tenemos que tener un nombre. Y aun así, no encuentro los mapas para llegar a casa ‒para llegar a mí‒ porque no sé qué es casa. Esta noche cruzaré el umbral de alguna puerta que me llevará a alguna habitación con alguna ventana en la que tenderé los ojos. Tenderé los ojos para mirarlo todo y volveré a no saber con qué pedazo de realidad rellenar los significados de cada pronombre, de cada palabra: yo, tú, aquí, esto, lo otro, nada. 

1 comentario:

  1. Tú eres lo que quieras hacer de ti. La vida es el más maravilloso de los experimentos: sea cual sea tu hipótesis será errónea, pero chiquilla, el descubrimiento final será maravilloso, Tú.

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