miércoles, 17 de mayo de 2017

ser semilla


quisieron enterrarnos
pero no sabían que éramos semilla

Música nueva, también, para los caminos nuevos. Canciones que acompañen y alienten, que me den fuerza cuando me tiemblen los pasos y me hagan bailar y reír cada vez que sople el vendaval. Canciones que rompan el guion de lo establecido, que corten el hilo de los discursos normativo-egoísta-destructores que me llegan a los oídos boicoteándome la ilusión. Canciones que sean alas, que me recuerden lo que soy y lo que quiero. Que me dejen creer en el deseo. Y en mí. Y en la posibilidad de que las cosas puedan pueden ser distintas. Que ya lo sé, sé que es posible. Con tu fuerza y con la mía, con la nuestra, con la de todos los que también lo creen. Sé que existen otros caminos, otras maneras. Otras formas de vivir o de querer: que es posible vivir querer con calma, querer vivir‒ sin anclas, vivir y querer ‒ser‒ soltando el hilo para disfrutar del vuelo de la cometa. Me dirán que no, me repetirán que soy una ilusa imbécil con atracción fatal hacia la mentira. Y lloraré, otras tantas más veces que nadie sabe ni sabrá, y dolerá. Pero algo ‒las canciones, las luciérnagas, la vida‒ me seguirá impulsando al sueño y a la confianza, a creerme enredadera que crece a pesar del desengaño, ‒y no a pesar, sino a partir‒ de las heridas abiertas, de la decepción, de las infinitas caídas y vacíos que quedan todavía por venir, que me quedan por vivir. Llegarán otras tormentas que volverán a pillarme en bragas y harán que vuelva a sentirme diminuto animal herido: también lo sé. Y ¿sabes qué?, que aun así, prefiero la intemperie a quedarme agazapada en caparazones asépticos al sentir. Prefiero caminar tras esto que llaman mi utopía aunque me parta la boca cien veces más, aunque me caiga y me rompa y me abra en canal. Porque siempre habrá canciones que me amansen el alma y me recuerden que tengo en mí el poder de la risa y las ganas, el deseo, mi deseo ‒aunque lo juzguen nimio y absurdo‒, para lamerme cada recodo de piel y levantarme a seguir buscando ‒a seguir haciendo‒ caminos distintos al ritmo de música nueva que me permita bailar con todas mis torpezas por calles desconocidas de la mano de las personas-luz que me avivan los latidos. Personas-cometa que me riegan las ansias de volar y me demuestran día a día que es verdad, que todos los laberintos tienen cielo y que no importa cuál es nuestro lugar ni dónde está la salida. Personas y canciones que comparten el sueño de construir otros senderos alejados de este que nos imponen como único e incuestionable. Volverán a decirme que todo es mentira, que soy una ingenua. Y volveré a dudar de mí. Pero subiré al coche y bajaré las ventanillas y conduciré hacia ese lugar al que no queréis que llegue ‒al que no queréis llegar‒, cantando a gritos letras que me devuelvan la confianza en lo que creo y en lo que soy: un yo en continuo proceso de construcción, un yo que a veces es mordisco y otras veces ronroneo, que se cae y se equivoca, pero que sólo así crece y así se quiere: persiguiendo sus pálpitos a carcajada limpia y a pecho abierto, siendo semilla que no deja de brotar.  

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